Enrique Fernández no recuerda la última noche que durmió tranquilamente. Es alto y pesado, y no parece alguien que se asuste fácilmente, pero mientras se sienta en su humilde casa alquilada en el occidente de Colombia, sus ojos se mueven nerviosos de izquierda a derecha, buscando cualquier amenaza. Cuando un vendedor de helados adolescente se acerca a la puerta principal, Fernández corre ansioso a una habitación trasera, convencido de que el joven está ayudando a atentar contra su vida.
No es paranoia. Fernández, un líder de la tribu indígena Nasa y un franco defensor del medio ambiente, ha tenido un precio por su cabeza durante meses. En febrero, una bomba fue dejada fuera de la casa de su familia. El explosivo fue desarmado por el ejército, pero el mensaje era claro: tenía que moverse. El mes pasado, una serie de llamadas telefónicas y mensajes de texto lo amenazaron de nuevo. «No descansaremos hasta que Colombia esté libre de comunistas como ustedes», decían los mensajes. «Condolencias a tu familia».